Llegamos a El Maitén un 28 de Diciembre de 1985, como parte de un grupo de Misioneros del Sagrado Corazón. Adolescentes muchos, idealistas todos, inflamados por la llama que no se apaga, la del amor al prójimo.
Con 17, 18 años algunos, recién estábamos comenzando a formar parte de la Iglesia Militante, habiendo pasado dos años realizando tareas pastorales en nuestro lugar de residencia, quizás muchos no estábamos preparados para realidades tan disímiles y distantes de la propia.
El paisaje, la gente, sus ganas de crecer como pueblo, y como Pueblo de Dios, nos cautivaron a todos. Tanto que, en 1989, sintiendo que la Misión era cosa de todos los días, me quedé allí por diecinueve años.
Como la vida, las comunidades y uno cambiamos. De la fiel ortodoxia, y sobre la base de las necesidades propias y comunitarias, pasé a una misión más social que religiosa, creyéndolo el mejor modo de "darse a este mundo y hacerlo mejor" que el himno del Colegio nos grabara a fuego.
Llegamos a El Maitén llevando la Palabra, hace ya veintitrés años. Volví de allí, tras diecinueve de mis casi cuarenta y un años de vida, con un enorme bagaje de experiencias, alegrías y penas, esfuerzos y sinsabores, logros y fracasos que, en parte, me hacen ser quien soy, y digo esto desde la emoción de haber visto, vivido, compartido y hasta, humildemente, protagonizado muchos cambios en esa comunidad.
Sigo en constante contacto a pesar de las distancias, mis hijos nacieron y aún viven allí así que tengo, como el tango, "el corazón mirando al Sur", orgulloso de haber formado parte de un formidable grupo humano que me dio la oportunidad de vivir esto, y que son también puerta, camino, escuela, piedra miliar donde uno siempre vuelve a lo largo de los años y los caminos recorridos.
Es en estos días pascuales donde, por precepto y por convicción, uno memora cada Pascua o "Peŝak", cada pasaje de una vida a otra, desde el bautismo a cada transición vivencial, y es sano, pedagógico y muy humano poner en retrospectiva los años vividos para darse cuenta que cada esfuerzo, cada pequeño avance, cada piedra en el camino tuvieron y tienen un verdadero significado que nos hacen dar cuenta de que aún puede marcarse una diferencia en este mundo, desde lo cotidiano, o desde lo extraordinario.
En este "ir de Cristo en pos" la vida me llevó por otros senderos, pero con la misma llama de aquellos días. Bienvenidos a este punto en la Red donde el recuerdo, la comunicación y los ideales de siempre sirvan para, de algún modo, continuar la Misión, renovados en nuestra fe y ya maduros en nuestra acción.
Que el amor de Cristo nos ilumine y nos lleve siempre por caminos de paz y bien, como lo quería San Francisco de Asís.
Eduardo Santos